miércoles, 5 de noviembre de 2014



 UbicaciónLos Yaquis son un pueblo indígena del estado de Sonora, (México), asentados originariamente a lo largo del río Yaqui.



 


 



Dialecto: La lengua Yaqui pertenece a la familia lingüística uto-azteca. Yaqui hablan un dialecto del Cahita, un grupo de unos 10 idiomas mutuamente inteligibles que antes se habla en gran parte de los estados de Sonora y Sinaloa. La mayoría de los idiomas Cahitan se han extinguido. Sólo el Yaqui y Mayo todavía hablan su idioma.


Canciones: Flor de Capomo
Trigueñita hermosa,
Linda vas creciendo
Como los capomos
Que se encuentran en la flor.
Tú, mi chiquitita,
Te ando vacilando,
Te ando enamorando
Con grande fervor.


Modos de vivir: Poseen ganado y cultivos (trigo, cártamo, soya, alfalfa, hortaliza y forraje), también pesca en Puerto Lobos y trabajo artesanal.




Educación: En el nivel educativo cuentan con escuelas de primaria de educación bilingüe, secundaria y bachillerato tecnológico. Los libros de texto de primaria son en lengua yaqui con ejemplos del contexto social del grupo, para que los niños no desvirtúen el conocimiento de los valores y tradiciones de su grupo. También se está desarrollando el Proyecto Educativo de la Tribu Yaqui, dentro de la jefatura de zonas de supervisión de educación indígena de la Secretaría de Educación y Cultura. Cuentan con bastantes estudiantes de la etnia en la Universidad de Sonora realizando estudios de licenciatura en Lingüística, Leyes y otras carreras superiores.
Lutisuc Asociación Cultural, trabaja con los grupos yaquis asentados en la ciudad de Hermosillo tratando de apoyarlos en la preservación de su cultura. Con este objetivo se realizan talleres de apoyo a la música y vestimenta tradicional, talleres artesanales y cursos de recuperación de lengua yaqui. También tienen artesanías muy exóticas que atraen el turismo.




Tipos de vivienda: Predomina el tipo de vivienda tradicional, que se compone de una o dos piezas que varían su función de acuerdo con la temporada del año. En verano los cuartos permanecen como bodegas y se duerme en catres bajo la enramada (cobertizo hecho de ramas); ahí se ubica la cocina que cuenta con el fogón, la mesa y estufa de gas; durante el invierno se convierten en dormitorios.
El material predominante para su construcción es el carrizo y el mezquite enjarrado con barro, tanto en muros como en techos, dejando uno de los muros sin enjarrar con el fin de lograr ventilación cruzada cerca de los espacios destinados a la preparación de los alimentos. La estructura es de horcones de mezquite plantados en el suelo, y ramas verticales y horizontales de este árbol sujetas con lazos. La mayoría de las casas yaquis tienen un patio adyacente para diferentes actividades, como la cría de animales, preparación de carne seca, cultivo de frutales y hortalizas, y el entretenimiento de los niños. En el extremo opuesto del patio instalan letrinas construidas con las mismas características que sus casas pero sin el enjarre, y junto a ellas el espacio destinado al aseo personal. Aunque existen habitaciones construidas con materiales modernos, éstas no son adecuadas para las condiciones climatológicas de la región.



Vestimenta: La mujer Yaqui viste para el diario faldas y blusas holgadas de telas lisas principalmente y en colores muy vivos con adorno de encaje angosto; bajo las amplias faldas llevan refajos de manta ó percal. Usan rebozo con las puntas hacia atrás. Se trenzan el cabello y lo adornan con cintas de color y vistosas peinetas; complementan su atuendo con anillos y arracadas de oro y collares de cuentas de papelillo. También entre la mujer Yaqui es muy común el uso de huaraches de tres puntadas, aunque las jóvenes prefieren las zapatillas comerciales.
El traje de fiesta -que se conoce como uno de los trajes típicos- lo constituye una falda de manta bordada con flores multicolores, lo mismo que la blusa. Sobre la falda lleva una sobre falda de tela sintética transparente y adornada con cintas de encaje blanco.
De la población campesina norteña: pantalón de mezclilla, camisa lisa ó a cuadros con manga larga y sombrero tipo texano. Los Yaquis, Mayos y Guarijíos calzan en su mayoría huaraches de tres puntadas y como sello distintivo llevan paliacates ó mascadas de colores vivos anudadas al cuello; éstas últimas traen algún bordado y otros adornos. También utilizan sombreros de palma con un listón rojo o plumas.



Cuentos, fabulas, mitos o leyendas: La boda de la dama y el yaqui..
 Sucedió la boda de Isabela y Manuelito el yaqui; si bien muy rumbosa, pero en el cielo. Si, esto fue por allá en el mil ochocientos....         
 Muchos aldeanos lo aseguraban, pero nadie de ellos asistió. Y cómo si no hubo más invitados  que españoles de prosapia y por supuesto los padres del novio de raza yaqui.
  Manuelito Tapia Gutiérrez era converso a igual que sus progenitores, y si no fuera por su piel trigueña pudiera asegurarse que era andaluz al igual que la novia. Manuelito era un joven muy inteligente, y tenía gran facilidad para socializar; aunque nunca se afrentó de los de su raza, se allegaba con puros blancos, más que todo  porque laboraba en la oficina del gobierno colonial. 
Era esta Villa tan pujante que se decía por esos años dieciochescos llegaría a ser la metrópoli del desierto.  En la oficina del capitán hacía las veces de auxiliar de todo lo relacionado con la papelería enviada a la capital del virreinato, una muchacha rubia y recatada de nombre Isabela de la Torre y Landavazo.   Ella amaba a Manuelito por ser un joven además de apuesto, muy bien portado y con sentimientos muy nobles, todo un empleado muy íntegro a quien el capitán don Andrés de Alcorzer le tenía buena estima. No así los padres de la criolla quienes consideraban a Manuelito muy insignificante, “tan poca cosa”, solía decir doña Ignacia Durazo de la Torre y Landavazo. empero el marido, don Pedro de la Torre  y Landavazo era un poco más condescendiente con los amoríos de su adorada hija, pero no podía contrariar a doña Ignacia su mujer, porque ardía Troya, era ella de carácter extremoso, “doña mecha corta” le decía la gente de la Villa y más de una vez la vieron explotar contra el esposo poniéndolo en ridículo en vía pública  y  en donde se le pegara la gana.
Isabela inteligente y decidida como era, pensó que la única forma de salvar su amor, era casarse cuanto antes para lo cual en cierta medida tuvo la aprobación de su señor padre don Pedro de la Torre y Landavazo, pero la madre ni oírlo decir; la amenazó con todos los anatemas que se puedan recabar del largo historial de la iglesia contra herejes y profanos. Desde luego Manuelito era muy católico, gran devoto de la Virgen de Guadalupe y algunos otros santos a quienes con regularidad les tenía velas prendidas.
  Pero como este muchacho provenía de una raza diferente a la de la novia; no valieron luchas pues doña Ignacia nos cejó en considerarlo de raza inferior, converso  por imposición, descendiente de chamanes y quien sabe que tantos epítetos le endilgó. Seguramente –decía doña mecha corta– una vez casados le va a salir lo salvaje al tal Manuelito, parte de una tribu hereje sojuzgada con la espada. Pese a las muchas súplicas y ríos de lágrimas de Isabela, la madre no dio su brazo a torcer, estaba decidida a impedir la boda de su hija a cualquier costo. Y acudió a los saurinos y brujos que por los arrabales hacían todo tipo de encargos.
  Muy bien –replicó doña Ignacia– te vas a casar hija, seguro que si te vas a casar, ya que estás decida a ello, pues tendrás tu boda, de eso ni duda te quepa.  Isabela se puso contenta por las palabras de su madre, pero de inmediato le pareció adivinar en aquel tono tan irónico que algo siniestro se escondía, y eso le preocupó sobremanera por lo que fue a alertar a su señor padre don Pedro de la Torre y Landavazo de este presentimiento al analizar profundamente cada una de las sílabas de doña Ignacia.
  Desde luego don Pedro sabedor del carácter visceral de su mujer, también tomó algunas providencias de orden espritual. Fueron al templo, padre e hija para encomendarse  a Dios y toda la corte celestial y que su poder los cubriera de cualquier malas artes que doña Ignacia pudiera invocar soltando buen fajo de dinero a los encargados de la magia negra del lugar.  Pero don Pedro de la Torre y Landavazo ignoraba el poder de la hechicería,la brujería y el satanismo que se practicaba en El Pitic. Doña Ignacia solo pedía a Satanás destruyera la vida de Manuelito.
  Llegó el día de la boda para Isabela, el fraile ofició con normalidad, los cánticos se escucharon muy audibles hasta las orillas del pueblo; pero al salir del templo y recibir toda clase de parabienes por parte de las personalidades que los acompañaron dado a que don Pedro de la Torre y Landavazo era de posición acomodada, al ir subiendo los ya desposados al carruaje que los conduciría a su luna de miel, se decía que por rumbos de Guaymas, el cielo de pronto se puso densamente oscuro y sin más cayó un rayo sobre la frágil humanidad del novio que desde la cabeza a los pies quedó calcinado; Isabela de la Torre y Landavazo cayó hacia otro lado y también falleció a consecuencia de tan tremenda descarga.
   Fueron corriendo a dar parte a doña Ignacia Durazo de la Torre y Landavazo  quien no se había dignado acompañar a su hija, y en cambio aguardaba tras las cortinas a que ocurriera lo que ella había pactado, sufriendo una tremenda batalla espiritual contra todo aquello de bello y santo que se movía en el templo, en tan sonado desposorio de su única hija. –¡Doña Ignacia!, ¡doña Ignacia! –gritaba un mozo– la niña murió.  –¿Cómo?, ¿quién dices que murió? –Si, los dos, doña Ignacia, tanto Manuelto como Isabela, su hija están muertos.  –¿Ella también?... –Así es doña Nachita, al tratar de subir a la carreta ambos cayeron fulminados por un rayo en el atrio de la iglesia y quedaron los cuerpos boca abajo sobre el húmedo empedrado.
  Doña Ignacia se fue presurosa a casa del brujo, llegó jadeando y le aventó un buen morralito de oro sobre la mesa; le ordenó le preparara el veneno más fulminante que pudiera elaborar con su males artes. Una vez que tuvo la pócima en sus manos, la desdichada señora se lo bebió y allí quedó muerta a la puerta de la casa de aquel satánico sujeto que tanta desdicha trajo a la Villa del Pitic.
  Don Pedro de la Torre y Landavazo suplicó a toda la gente que no se volviera a hablar de esta boda fallida, que el suceso se perdiera en el olvido por siempre y que jamás de los jamases se supiera nada de ello. Para que las fuerzas del averno no se sientieran triunfantes sobre este pueblo, subrayó.  



Medios de transporte: La carreta era y sigue siendo uno de los tradicionales medios de transporte que usa esta etnia.

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